El gobierno de la ciudad de Buenos Aires decidió establecer una cuarentena especial para mayores adultos de 70 años; para salir de sus casas deben cumplir con ciertas condiciones, aunque se han previsto algunas excepciones. Con otros términos, los viejos no pueden salir, por temor a que les pase algo (no, por supuesto, que los atropelle un automóvil, sino que se enfermen de coronavirus y mueran); dicen justificar esta medida porque los quieren cuidar, es decir, el nuevo Estado paternalista de CABA dice eso. Cosa rara, pero preocupante por la carga de autoritarismo que contiene. Pero, sí pueden salir para realizar algunos trámites, aunque se mueran en el intento.
¡Qué forma mas brutal, salvaje y discriminatoria de cagarse en los derechos humanos!
No voy aquí a plantear el impacto que esta medida del gobierno de la CABA tiene en los derechos constitucionales de los viejos, pues no hace falta. Hasta el más profano de los imbéciles se da cuenta de ello. Ni tampoco voy a sugerir que la medida, para que sea una medida justa, sea de cumplimiento voluntario. Sólo voy a hablar de los viejos, de los queridos viejos, como dice la canción de Piero.
La vejez no es sólo biología; detrás de cada viejo hay un ser humano con un pasado, con una vida henchida de trabajo, de sueños, de familia, de amigos, de valores. El viejo también es un ser social y no necesita del Estado para cuidarse. Así como un niño necesita de sus padres, el viejo necesita de su familia, de su esposa, de sus hijos, de sus nietos, de sus amigos, no del Estado. Y si se le prohíbe salir (sí, ¡PROHIBE!, pues la libertad con condiciones no es libertad, es un remedo de garantía escrita sin valor alguno, es pura ficción), se está impidiendo al viejo disfrutar los años que le quedan de esas alegrías compartidas.
Me gusta la palabra ¡viejo!, por eso la uso. Me recuerda a mis viejos. Esta palabra es más dulce, más tierna que “adultos mayores”, que es la expresión técnica que usa la Ley 27.360/17, ratificatoria de la Convención Interamericana de Protección de los Derechos Humanos de los Adultos Mayores, que en nuestro país tiene rango constitucional, pero que el gobierno de CABA parece desconocer.
Destaco sólo dos artículos de esta ley. El art. 5: “Queda prohibida por la presente Convención la discriminación por edad en la vejez”, y el art.6, que dice: “Derecho a la vida y a la dignidad en la vejez. Los Estados Parte adoptarán todas las medidas necesarias para garantizar a la persona mayor el goce efectivo del derecho a la vida y el derecho a vivir con dignidad en la vejez hasta el fin de sus días, en igualdad de condiciones con otros sectores de la población”.
Los viejos también son humanos, son seres vivos, son sujetos de derecho, con derechos humanos…!qué paradoja!…vivir en una democracia que no respeta los derechos humanos.
Imponer condiciones arbitrarias, autoritarias y abusivas al uso de la libertad de un colectivo de ciudadanos, por razón de su edad, implica una peligrosa y oscura discriminación de los derechos humanos más básicos. Y más aun, si esa prohibición proviene de un acto administrativo, no de una ley del Congreso, lo cual también sería discutible, pero podríamos hacerlo desde las reglas y principios del Estado de Derecho.
Recortar la libertad de un viejo con medidas inconstitucionales y segregacionistas, implica no otra cosa que impedirle el disfrute de una vida digna y plena. La marginación del viejo es condenarlo a una muerte anunciada.
La ensayista francesa Simone de Beauvoir dijo alguna vez que “El sentido que los hombres asignan a su existencia, su sistema global de valores es el que define el sentido y el valor de la vejez… La sociedad impone a la inmensa mayoría de los ancianos un nivel de vida tan miserable que la expresión ‘viejo y pobre’ constituye casi un pleonasmo … Los ocios abren al jubilado posibilidades nuevas; en el momento en que el individuo se encuentra por fin liberado de coacciones, se le quitan los medios de utilizar su libertad. Está condenado a vegetar en la soledad y al aburrimiento, es un puro desecho” (La Vejez, 1970).
¡Cuidemos a nuestros viejos!, pero con respeto y en libertad. Pues nadie se va a librar de llegar a viejo.
Dice el cantor “Quizá llegar a viejo sería mas llevadero, más confortable, más duradero, si el ayer no se olvidase tan aprisa.. Y del pedazo de cielo reservado para cuando toca entregar el equipo, repartiesen anticipos a los más necesitados… Quizá llegar a viejo sería todo un progreso, un buen remate, un final con beso. En lugar de arrinconarlos en la historia, convertidos en fantasmas con memoria… Si no estuviese tan oscuro a la vuelta de la esquina… O simplemente si todos entendiésemos que todos llevamos un viejo encima” (Joan Manuel Serrat, Llegar a viejo, 1987).