Sin dudas que el delito es una verdadera industria, pues la oferta y la demanda de bienes y productos es constante y no cesa. Los delitos contra la propiedad (específicamente los robos y los hurtos) son una clara muestra de ello.
Es que si no existiera la oferta y la demanda de los bienes productos de los ilícitos y, en definitiva, el consumidor final (aquel que compra y negocia con esos bienes) el delito ¿tendría razón de ser?, la verdad que no.
Ahora bien, ciertos ataques a la propiedad de las personas se vuelven una moda. Así, por ejemplo, en algún momento lo fueron (con mayor intensidad y aún perduran) el arrebato de carteras, también de estéreos, el desvalijamiento de casas, etc., sin embargo, hay algunos productos que se eligen más o tienen mayor predilección por quienes delinquen quizás porque la demanda es mucho más elevada y, por ende, el oferente debe estar a la altura de las circunstancias; me refiero al apoderamiento ilegítimo (robo o hurto) de celulares, motos, bicicletas y uno último que está muy de moda en éstos tiempos; el robo de ruedas de automóviles.
En verdad y con absoluta seguridad, existe un mercado que reduce, negocia y lucra con tales bienes y, muchas veces, diría en su mayoría, ese mercado está constituido por los sectores que se ocupan de comercializar con tales productos, pero también (y lo que es peor, pues lo digo con pleno conocimiento por mi intervención diaria en causas de esta naturaleza) por las mismas personas de la sociedad que ven la oportunidad de hacerse de un producto mucho más barato que su precio actual en el mercado sin importarles su origen espurio, total, mi demanda y la satisfacción inmediata de mi necesidad e interés es lo que importa.
Por otra parte, pensemos que esa industria necesita del servicio de “obreros” que ejecuten la actividad necesaria para la obtención de esos productos, es allí donde aparece el “delincuente”, ese joven a veces menor de edad u otras apenas alcanzada la mayoría de edad que se presente como el candidato ideal por su mano de obra barata, necesitado y desocupado, consumidor y muchas veces pagada con los mismos estupefacientes.
Ese autor del delito es consecuencia de un mercado que a su vez necesita de su mano de obra para la obtención del producto; un mercado en el que reina la hipocresía y que muchas veces se queja de delito pero que ante la mínima oportunidad de hacerse de un bien barato de origen ilícito lo hace sin escrúpulos; ese mercado está constituido por miembros de la misma sociedad que demandan constantemente y contribuyen a que la industria del delito no se detenga.
En definitiva, algunos de los que piden castigo son los mismos que a veces se aprovechan de las ofertas de esta industria, en conclusión, son tan peligrosos y autores de delitos como quienes lo ejecutan.