Con frecuencia nos enteramos de episodios de violencia donde se encuentran involucrados, en calidad de victimas o victimarios, miembros activos o retirados de las fuerzas de seguridad y en prácticamente la totalidad de los casos, resulta “protagonista principal” de estas desgracias, la siempre presente: arma reglamentaria.
Resabios culturales muy instalados en la sociedad y sobre todo en sus fuerzas de seguridad, hacen que muy pocos nos planteemos la conveniencia y verdadera necesidad que los miembros de todos los escalafones de las fuerzas de seguridad nacionales, provinciales y municipales, se encuentren autorizados (y en algunos casos obligados) a portar dichas armas en forma permanente.
El origen de nuestras principales fuerzas de seguridad se remonta al período inmediatamente posterior al de la organización nacional, ellas: las fuerzas policiales, eran, en términos reales, un apéndice de las fuerzas armadas y estaban integradas por hombres que provenían de ellas, tanto en los niveles de suboficialidad y tropa, como en sus cuadros de oficiales y jefaturas.
A este origen militar de las instituciones policiales, se debe sumar el hecho que durante las sucesivas dictaduras que signaron los destinos nacionales durante buena parte del siglo XX, las fuerzas de seguridad siempre terminaron subordinándose orgánica y operacionalmente a los comandos de las fuerzas armadas, designándoles como jefes a oficiales del Ejército o la Armada y dependiendo de ministros del interior, gobernadores y presidentes tan “de facto”, como rigurosamente uniformados.
En la actualidad no son pocos los ciudadanos que creen que los términos Fuerzas Armadas y Fuerzas de Seguridad significan más o menos lo mismo, olvidando o desconociendo que los miembros de las instituciones policiales son civiles y por lo tanto no poseen estado militar. Y esto, que a primeras luces parece un dato sin importancia, en realidad se encuentra estrechamente relacionado con el tema de la portación permanente del arma reglamentaria, ya que el estado militar se presupone permanente, a punto tal, que hasta no hace mucho tiempo, existía un fuero propio para el personal militar, cosa que jamás existió en nuestro país para los miembros de las fuerzas de seguridad, y donde lo que si siempre existió, fue un abismo de clase entre los “hombres de armas” (militares) y los “hombres con armas” (policías y gendarmes), aunque estos últimos creyeran que era el arma, lo que los convertía en lo primero.
La portación del “arma reglamentaria” en todo momento y circunstancia vendría a cumplir así el rol de fetiche de reparación histórica, sirviendo para emparchar la autoestima de algunos o allanar las diferencias de clase de otros.
La teoría determina que el arma reglamentaria del agente policial (sea cual fuere su jerarquía), tiene como único fin proporcionarle una herramienta idónea para la protección de su propia vida, habida cuenta que por razones de servicio, y dependiendo de sus funciones especificas, muchas veces se verá en la obligación de llevar a cabo acciones oficiales que podrán generar la resistencia y agresividad de otras personas hacia él.
El policía no porta un arma con el fin de aplicar a su criterio y en forma sumaria la pena de muerte, tampoco para ser utilizada con fines intimidatorios y así “reforzar” su “autoridad” y obtener la obediencia y el respeto del resto de sus semejantes. El policía está armado única y exclusivamente para proteger su integridad física y su vida, cuando está cumpliendo con los deberes que el Estado le impone a partir de la labor que desempeña.
Y esas labores, hoy en día, tienen un ámbito, un horario y un contexto perfectamente definidos.
En mi opinión, la portación del arma reglamentaria en forma permanente, es decir en el ámbito privado y durante los periodos de franco y vacaciones es totalmente innecesaria y como las estadísticas lo demuestran, extremadamente peligrosa.
Accidentes de armas, suicidios, homicidios y femicidios producidos con armas reglamentarias a cargo de personal policial fuera de servicio, donde muchas veces la víctima es el propio policía y otras tantas su entorno familiar directo, nos demuestran que ésta modalidad produce más problemas de los que soluciona, si es que soluciona alguno.
Los defensores a ultranza del personal policial armado las 24 hs., siempre alerta y dispuesto a inmolarse por sus semejantes al primer grito de socorro, omiten, que por ejemplo, el personal que integra los cuerpos anti motines y que para cumplir las tareas para las cuales son seleccionados, adiestrados y periódicamente entrenados NO PORTAN ARMAS LETALES, una vez que concluyen su “jornada laboral”, se retiran a la paz de sus hogares con una 9 mm en la cintura… vaya uno a saber para qué.
También se cuidan en mencionar que la mayoría de los ataques a personal policial franco de servicio tiene por objeto justamente la sustracción de su arma o en el caso de haber sido asaltado un policía sin conocer los asaltantes su condición, el hecho también termina con esa arma en manos de los delincuentes y el policía gravemente herido o muerto (en más de una ocasión por las balas de su propia arma).
Las posibilidades de un hombre o una mujer aislados, de resistirse con éxito a un sorpresivo y violento abordaje de dos o más personas armadas son totalmente nulas. El tener o no tener un arma encima no le dará ninguna ventaja significativa, pero probablemente el hallazgo exacerbará la agresividad de los atacantes.
Días pasados me entreveré en una red social en un debate sobre este tema y con excepción de un participante cuya profesión es la de abogado, los únicos defensores de la modalidad “gunsfull24” fueron dos veteranos policías. El argumento de ellos era la inevitable vocación vengativa del segmento de la sociedad al que ellos llaman “la delincuencia”, así … a lo genérico…
En su argumentación hablaban de vendettas, cárteles, narcotraficantes, y peligrosas, memoriosas y organizadas bandas de asaltantes, que harían descomponer de envidia a John Dillinger, Ametralladora Kelly y Bonny & Clyde.
Según estos defensores de la paz y el orden, todo agente policial, independientemente de si realiza tareas administrativas, es bombero, mecánico, psicólogo o reikista a distancia, en el caso de dejar su arma por unas horas, se convertiría en el blanco predilecto de toda esta runfla de maleantes peligrosos sedientos de sangre. Ellos, los policías en acción permanente, consideran que están en guerra contra “la delincuencia” y que esa guerra no tiene fin… ni por lo visto, cuartel.
Sinceramente prefiero pensar que esos argumentos fueron producto de la imposibilidad de encontrar otros más convincentes, en el afán por defender lo que quizá estas personas consideren un privilegio (el andar armados), porque si realmente eso es lo que piensa, siente y cree la mayoría de los policías, estaríamos confiando la custodia del orden y la paz social a un ejército de personas que padecen trastorno por estrés postraumático, y en ese caso, desarmarlos y ponerlos en tratamiento, sería ya una cuestión impostergable.
Guillermo Meana
DNI 14.301.305
Según el Uniform Crime Report del FBI, en 2013 la policía de EE.UU. cometió 461 “homicidios justificables” y la de Reino Unido ninguno.
No tengo duda de que portar pistolas comprometería la capacidad de los oficiales para hacer su trabajo en el día a día, porque cuando llevas un arma tu principal preocupación es cuidar del arma”, escribía un comisario en el blog de la Policía de Nueva Zelanda.
“Si esto se compensara con un aumento claro y demostrable de la protección personal, entonces podría considerarse un precio a pagar”, proseguía. “Pero la protección que ofrece un arma de fuego, sobre todo una pistola, es más ilusoria que real”.
En Reino Unido, Irlanda, Islandia, Noruega y Nueva Zelanda, además de un puñado de naciones isleñas del Pacífico, los oficiales de policía patrullan desarmados.